Vistas de página en el último mes

viernes, 8 de enero de 2021

La añoranza infeliz del octogenario

Cuando el ruido de la pólvora desparramó toda su furia en la calle, el anciano Matías, todavía con un vestigio de rabia en su ceño, se limitó a arrastrar con dificultad su cuerpo pesado y consumido por la artritis, hacia la sala. Mientras su mujer roncaba más por resignación que por fingido placer, decidió correr las cortinas y presenciar sin amor la algarabía que había afuera. El bullicio de la música instalada en bafles enormes runruneaba un estribillo monótono e incomprensible que ya empezaba a retumbar en sus tímpanos artificiales. A medida que su vista se iba aclarando y las cataratas le permitían distinguir unas manchas lejanas moviéndose al ritmo de la música, emitió un vago quejido: “Ya es navidad”.

El clamoreo de sus vecinos henchidos por la embriaguez le hizo recordar, durante lapsos fugaces, la época feliz en que la Navidad se vivía un mes entero, repleto de momentos inesperados y no solamente el trance común ofrecido por una noche efímera. Con la rabia extinta, abrió un poco la ventana para respirar el aroma acogedor de la pólvora: “Señal vigente de los tiempos heroicos”, pensó sin sorpresa. A medida que se auguraba una gresca entre los primeros borrachines imprudentes, el anciano Matías se entregó a su primer delirio nostálgico.

Sin pretenderlo, aquella algarabía vulgar lo remitió a los momentos remotos en que todavía creía que la niñez duraría cien años. Por entonces, la vejez tan solo era un asunto de los abuelos y el presente parecía ser la razón infalible para librarse de los males escolares. Atrás quedaba la tortura de las notas finales y, por fin, la recompensa consistía en las ansias fervorosas por esperar el primero de diciembre. Época única en la que se podía olvidar por completo de las tragedias anuales.

El niño Matías se despertaba eufórico de su cama con aroma a moho y, sin siquiera bañarse los dientes, salía con suma desesperación a la calle para presenciar el primer espectáculo: los vecinos acordonando con cinta amarilla los postes extremos, cuyo anuncio decía NO HAY PASO PARA VEHÍCULOS, inauguraban la gran fiesta que, sin duda, se prolongaría hasta enero. No valían los reproches de su mamá, ni mucho menos las amenazas de encierro. A duras penas se lavaba la cara para reunirse puntual con sus amigos del barrio y emprender la emoción sin límites.

La jornada era larga y no había tiempo que perder. Mientras muchos de sus vecinos dejaban abiertos los portones y sacaban las canecas de pintura para empezar el prodigioso arte de decorar la avenida, sus compinches, en cambio, se dedicaban a discutir qué jugarían primero. Era una decisión compleja que requería de un liderazgo promisorio, digno de un carácter inquieto y rebelde. Así que, el niño Matías asumía semejante responsabilidad y todos, sin chistar, accedían a su determinación. A veces iniciaban con la dura prueba del yermis, para pasar a la lleva, luego a los congelados, después rejito quemado y por último los emocionantes cotejos de fútbol. Los días se tornaban así de tranquilos y pletóricos. No daba oportunidad ni siquiera para dormir. Había momentos en que tampoco el cansancio los vencía y las horas de juego se prolongaban hasta la medianoche, cuando el rugido de las mamás les hacía comprender la noción del tiempo.

Recordó también cuando eran testigos de la preparación que hacían los vecinos en la cuadra. Algunos se encargaban de poner los festones, encaramándose siempre a las terrazas ajenas, para definir, con una precisión adquirida por una experiencia natural, el amplio camino colorido. Otros, en cambio, con dedicación asombrosa, se encargaban de marcar con brochas gordas los cuadros blanquiazulitos de los andenes, para después dibujar con gran estilo un Papá Noel diferente en cada fachada, cuyos mensajes alusivos a la feliz navidad en letras redondas y vistosas, despertaban una sensación incomparable de armonía. El tiempo parecía transcurrir con parsimonia, como si este también disfrutara del sencillo paraíso creado por la unión y el azar.

Una ligera lágrima de conmoción hizo que su fama silenciosa de viejo impasible se disipara por completo, al instante en que las primeras gotas de un aguacero inaudito golpearan en la ventana. Ni siquiera el aroma gélido a tierra húmeda podía detener el escándalo que provocaban sus vecinos. Acodado en el dintel de la ventana, el anciano Matías recordó también cuando las luces multicolores refulgían intermitentes en cada una de las ventanas o terrazas. Su esplendor no era nada vulgar como el de ahora. Era tanta la magia, que alcanzaba a iluminar con facilidad los festones pendidos mientras una tierna brisa los mecía durante las noches tranquilas. “No se pensaba en los afanes del mañana”, se aventuró a murmurar al instante en que el impacto de la pólvora otra vez lo había estremecido.

Pero el momento más importante era la noche del veinticuatro. Ninguna casa permanecía cerrada. El banquete estaba distribuido en múltiples mesas donde cada quien, sin muestra de vergüenza, podía comer lo que se le antojara. La algarabía siempre estaba acompañada del son melancólico de Buitraguito, mientras muchos bebían interminables petacos de cerveza. Y aun en los instantes de borrachera, todos eran conscientes de que no podían perjudicar la armonía, por eso solían entregarse a un llanto lastimero, rumiando muchas veces frases acartonadas alusivas al perdón.

Cuando llegaba la hora de los regalos, los juegos quedaban suspendidos. Formaban un círculo en la mitad de la carretera para comentar lo que el Niño Dios les había traído. Y entre exhibiciones de carros con propulsores, pistolas de balines, balones y muñecas, la pandilla pactaba para el próximo año portarse mejor. Después solían lanzarse miradas cómplices con la firme certeza de que siempre mantendrían la misma unión hasta que la lejana vejez los sorprendiera con achaques destinados por el deterioro inevitable…

La rabia del anciano se tornó en una repentina sensación de alegría inútil. Su mirada, empañada en nuevos recuerdos, se perdía para siempre en el rostro deforme de un Papá Noel que surgía pobremente en alguna terraza vecina.

 

1 comentario:

  1. https://www.facebook.com/echeverriarodriguez

    https://www.instagram.com/leo.garzon89/

    ResponderEliminar